El proceso de transformación del medio que nos rodea para satisfacer nuestras necesidades, base de la forma humana de vida, se rige por la Cultura (tal y como explicaba en la tesis 1), es decir por nuestra capacidad de imaginar y construir condiciones y usos distintos de este medio. Dominar la naturaleza, depender cada vez menos, pasarla de variable a parámetro (las reservas de derivadas fósiles y las catástrofes climáticas y sísmicas parecen hoy sus últimos elementos imprevisibles) pone en acción combinada las dos caras de la cultura: conocimiento y trabajo. Porque no hay transformación viable sin diseño fruto del conocimiento ni sin materialización fruto del trabajo. Conocimiento y trabajo son lo que nos humaniza.
Pero esta conceptualización es moderna [1] y durante siglos la humanidad ha creido más bien lo contrario, que la Naturaleza (por intervención de Dios) provee y que el trabajo es el tributo o el castigo que hace falta pagarle, mientra que el conocimiento es lo que nos eleva por encima de nuestra condición humana. Asi, en la organización social comunitaria pre-moderna el trabajo es siempre penoso y lo ideal es vivir sin trabajar (más o menos dedicado al conocimiento y al poder que de esto se desprende). En la comunidad siempre jerarquizada el trabajo es forzado (esclavitud, servitud, gremios familiares) o informal y fragmentado, por pura subsistencia o infraremunerado, rayando siempre la indigencia o la caridad, y sobretodo asignando a priori por sexo, edad-condición física y por origen social, haciendo que no haya separación entre el trabajo y el resto de la vida. Sólo los ricos no trabajan, porque no lo necesitan y porque no les corresponde.
Hasta que la revolución moral, política y cientifico-técnica(Newton, Watt, Lavoisier…) de la Ilustración trae la sociedad post-comunitaria de la mano de la industralización y cambia radicalmente la concepción del trabajo otorgándole una centralidad social que nunca antes había tenido. El individuo libre e igual ya depende de sí mismo, y para definirse y construirse a partir de a partir de sus ideas y fuerzas recorre al trabajo: quien soy y que tengo puede cambiar trabajando. Nace el homo saber que universaliza el trabajo y reabsorbe la escisión conocimiento/trabajo al darle preeminencia al saber-hacer.
La industralización es el nuevo proceso de producción que, fruto de pasar de las herramientas a las máquinas que funcionan con energia no animal (generada al principio por el vapor y después principalmente por el hidrocarburo), permite aumentar exponencialmente la productividad (igual valor en menos tiempo) y por tanto fabricar a gran escala y al mismo tiempo retroalimenta mucho más acceleradamente la inovación tecnológica, empezando por la aparición de nuevas materias primas (caucho, latón, aluminio, plástico, silicio…). Esta nueva forma de producción y su potencial de superproducción, de producir mucho más de lo que es estrictamente necesari, lo que podria llevar a un excedente generalizado, cambian completamente las bases de la economia: una oferta teóricamente infinita necesitará estirar de la demanda y no al revés; una oferta teóricamente infinita hace posible pensar en la abundancia y por tanto en la superación de la miseria y en la redistribución de la prosperidad y el bienestar. Quién, cómo y dónde se crea el valor y la riqueza son diferentes de antes, así como las características y funciones de las empresas, comercio, patrimonio y financiación (surgen, por ejemplo, la persona jurídica y la bolsa) y evidentemente también del trabajo. Con la industralización el trabajo migra del campo y los talleres a las fábricas y las oficinas urbanas, se subdivide y se especializa y se intensifica cualificándose, pero sobretodo se salarializa, pasando del “a tanto la pieza o el producto” al “a tanto el tiempo dedicado” (hora, jornada, semana o mes). El trabajo ya no es forzado o asignado, sino disponible, ya no tiene porque ser fragmentado, sinó regularizado y estructurado, ya puede no ser de autoproducción o subsistencia sino remunerado. Todo ello trae unas consecuencias sociales muy destacables: la separación gradual entre el trabajo y el resto de la vida, la consciencia de la causalidad del trabajo en la ganancia, y el gran protagonismo que va adquiriendo el consumo.
Frente a este papel fundamental del trabajo en el nuevo modelo económico y social se configuran y compiten tres posiciones políticas contrapuestas. La posición capitalista valora el trabajo como medio indispensable para producir el beneficio (la inversión en materias y máquinas sólo retorna benefició después de la realización después del trabajo que garantiza la producción del bien o servicio) que en último termino es el motor social. Por ello postula una ética y una épica del trabajo, pero paradójicamente por esta misma razón también lo mercantiliza reduciéndolo a una fuerza intercambiable y cosificando el trabajador como un simple engranage. Al otro extremo de esta misma lógica, la posición anti-productivista rechaza el trabajo porque liga inevitablemente la producción a la voluntad de enriquecimiento, de aumento del capital sin escrúpulos, cosa que lleva a la explotación de los trabajadores y a la creación de necesidades artificiales de consumo y propiedad. Frente al trabajo, con el transfondo de la utopia rural comunitaria que cree que la mejor vida es sentirse en plena harmonia con la naturaleza o de la utopia comunista que preve la abundancia fruto de la colectivización de la economia, reivindican la cura y la colaboración autodeterminada sin intermediaciones, pero sobretodo el ocio (o pereza para Lafargue) para poder tener el dominio del propio tiempo, un tiempo que no es necesario rellenar con entretenimiento, sino para las contemplación y la autoreflexión, de vida simple y honesta.
La posición laborista, al contrario, asocia la vida con sentido, la vida decente al trabajo digno [2]. El trabajo en buenas condiciones de realización y remuneración es esencialmente útil: és útil y te hace sentir útil. Cuerpo y mente se benefician decisivamente de la salud (abrigo, alimentación, ejercicio…) y el estímulo (acción, interacción, identificación…) que aporta el trabajo en si mismo como recursos que genera. El laborismo ve en el trabajo asociado (organizado de mutuo acuerdo con convenios y contratos justos y objetivos compartidos) el modelo a perseguir y por eso defiende con radicalidad el cooperativismo, el sindicalismo y el reconocimiento legal universal de derechos laborales que se equiparan con los derechos politicos vigentes (y también hace del trabajo la referencia de todas las prestaciones sociales).
El socialismo es un laborismo. Lo es porque, compartiendo el principio de la modernidad “ser es hacer”, fundamenta en el hacer-trabajar con los otros la solidaridad socialista (ver tesis 6) y porque, recogiendo la idea de que el trabajo digno es condición básica para la existencia plena, assume la representación de todos los objetivos y retos políticos que se derivan para transformar la economia y las relaciones sociolaborales utilizando primordioalmente la palanca del Estado.
Hoy, fruto de su propio desarrollo, la industralización depende cada vez menos del valor del trabajo y más del valor del conocimiento (valor añadido). Y el capitalismo ahora autodenominado neoliberalismo, ha cambiado progresivamente el productismo (benefició de la producción) por la financiarización (beneficio del dinero), y pasa a primar el crédito frente al salario y a querer convertir los trabajadores en empresarios de sí mismos[3], reprecarizando, por tanto, el trabajo.Por ello hoy más que nunca el socialismo tiene que ser laborista y combatir con toda su fuerza teórica y política tanto la precarización de las condiciones laborales y la dualización social que conlleva, como la creditización de la economia para consolidar y extender el trabajo asociado a partir de tres propuestas estratégicas:
1. Reindustralización, para dar más peso al sector productivo ante el sector financiero y favorecer la empleo estructurado(que puestos de trabajo más cualificados y estables)
2. Democracia laboral, para garantizar que las relaciones laborales que se rigen siempre por convenios y negociación colectiva, y que los trabajadores participan como tales en la toma de las decisiones empresariales.
3. Renta básica universal, para reconocer a todos los ciudadanos como trabajadores (esten ocupados o no) y empoderarlos económicamente (evitando así definitivamente su cosificación).
[Este texto forma parte de la serie 15 tesis para un socialismo contemporáneo]
[1] Sólo la modernidad secularizada puede pensar un saber en acción que sustituya al saber para el alma, explica el filosofo checo J Patocka.
[2] J.Ruskin y W.Morris, artistas y pensadores ingleses de la época Victoriana formulan esta idea con detalle.
[3] El filósofo alemán contemporáneo Byung-Chul Han explica como el capitalismo, después de exportarla al tercer mundo, muta la explotación en autoexplotación.